EDITORIAL

Apreciables lectores: Coincidirán conmigo en cuanto a que el advenimiento de UN NUEVO GOBIERNO ESTATAL es sin duda el principal acontecimiento en estos días, y evidente motivo de esperanza para todos los nayaritas que desde hace muchos años anhelamos que nuestra entidad se desarrolle económicamente y con ello, se convierta en TIERRA DE OPORTUNIDADES para evitar que nuestros hijos sigan viéndose obligados a emigrar hacia otros lugares para subsistir y/o labrarse un buen futuro. Así pues, este 19 de septiembre es muy significativo en virtud de que se da inicio a la posibilidad de cumplimiento del pacto que reciente- mente se estableció entre UN POLÍTICO NAYARITA MADURO, SERIO Y DE AMPLIA EXPERIENCIA EN LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA; y una sociedad que lo hace su gobernante confiando alma adentro en su promesa de que gobernará en congruencia con los postulados de la CUARTA TRANSFORMACIÓN, ROMPERÁ ESQUEMAS ATÁVICOS Y SE ESFORZARÁ POR DESPERTAR AL PODEROSO GIGANTE DORMIDO que por sus riquezas naturales y la valía de sus habitantes es Nayarit. El reto es de grandes dimensiones, y no habrá tiempo para titubeos ni flaquezas durante este próximo sexenio que podría ser EL PARTEAGUAS HISTÓRICO que marcaría el antes y el después que hemos venido esperando. Hay un nuevo liderazgo en nuestra entidad decidido a marcar la diferencia; y una ciudadanía dispuesta a seguirlo con lealtad mientras se mantenga firme rumbo a los propósitos planteados. Para el caso, la eficiencia, la honestidad, los resultados, el compromi- so de servir, y en suma, la lealtad al ambicioso proyecto de “DESPER- TAR A NAYARIT”; deben ser los indicadores fundamentales con que se mida el desempeño de LOS NUEVOS FUNCIONARIOS DE LA ADMINISTRACIÓN “NAVARRISTA”; y única justificación para que permanezcan en el mismo. ¡Demos la bienvenida al nuevo sexenio que inicia! Los saludo cordialmente.

¿Somos idiotas?

Denise Dresser
El ciudadano favorito de las autoridades es el idiota, o sea, quien anuncia con fatuidad “yo no me meto en la política”. Así describe Fernando Savater a los desatendidos, a los que dejan las decisiones primordiales del país en manos de otros, a los que reclaman beneficios y protecciones por parte del Estado -incluyendo espectáculos y diversión- pero no participan o exigen eficacia. Y el Estado mexicano, sólo parcialmente democrático, vive feliz atendiendo las necesidades de tantos mexicanos a quienes trata como “feligreses” en vez de ciudadanos. A quienes ofrece los beneficios de pertenencia a una iglesia o a un club, donde se antepone la devoción a una secta y se sacrifican de manera rutinaria los derechos democráticos. A quienes mediante segundos pisos y dádivas diarias y piscinas instaladas sobre el Paseo de la Reforma vuelven a los mexicanos adictos al populismo.
Adictos a pensar que el mejor político es el que más obra política construye, el que más sacos de cemento regala, el que más subsidios garantiza, el que mejores promesas hace. Adictos a la simplificación de la complejidad mediante la cual un partido ofrece “vales para medicinas”, la eliminación de la tenencia unos días antes del proceso electoral, el dinero en efectivo entregado de camino a la urna, la disminución del IVA, los subsidios a la gasolina. Desde la fundación del PRI, el populismo siempre nos ha acompañado, pero hoy en día parece aún más en boga. El PRI tiene a Enrique Peña Nieto, el PRD/PT/Convergencia a Andrés Manuel Obrador y a Marcelo Ebrard, el PAN a Felipe Calderón quien suele caer en la tentación populista en cada Informe de Gobierno o antes de cualquier contienda electoral.
Y no es difícil entender por qué recurren al populismo como instrumento para gobernar. El populismo hace que todo sea tan simple, tan claro, “haiga sido como haiga sido”. Divide al mundo en “fanáticos” o “gente decente que trabaja y lleva a sus hijos a la escuela”. Clasifica a los mexicanos en los puros y los que generan “asquito”. Separa a México en el “pueblo bueno” y “la mafia que se ha adueñado del país”. Algo tan complejo como la crisis post-electoral del 2006 se atribuye al odio y al rencor generado por López Obrador. Algo tan complicado como las razones detrás de nuestro crónico subdesempeño económico se atribuye a “el pillaje neoliberal”. Cada bando busca organizar sus odios, generar sus propios adictos, dividir conforme a sus principios impolutos. Peor aún, el populismo absuelve a los ciudadanos de la responsabilidad para encarar los problemas del país.
Como señala Savater en su Diccionario del ciudadano sin miedo a saber, el vicio del populismo va acompañado del vicio del paternalismo. El vicio de los gobiernos y las autoridades públicas de empeñarse en salvar a los ciudadanos del peligro que representan para sí mismos. Los políticos mexicanos de todas las estirpes se ofrecen solícitamente para dispensar a los ciudadanos de la pesada carga de su autonomía. Su lema es “Yo te guiaré: confía en mí y te daré lo que quieres”. Un desfile multimillonario para festejar el Bicentenario: allí está. Una pista de hielo en el Zócalo: allí viene. Pena de muerte para los secuestradores; el Partido Verde apoya la iniciativa. Un hombre con pantalones capaz de
imponer cambios aunque sea de forma autoritaria: allí está Carlos Salinas, otra vez. Una popular novia actriz de telenovelas: aparece en cada “spot” de Peña Nieto. México carga con uno de los mayores peligros de las democracias: una casta de “especialistas en mandar” que se convierten en eternos candidatos. En cada elección asistimos -y contribuimos- al reciclaje de pillos.
Y el problema es que alcanzan esa posición gracias a la flojera o al desinterés del resto de los ciudadanos, que dimiten del ejercicio continuo de vigilancia y supervisión que les corresponde. Los idiotas mandan porque otros idiotas los eligen. Los idiotas mandan porque logran erigirse en una especie de diosecillos que siempre tienen la razón, dado que los apoya el pueblo y el pueblo nunca se equivoca. El populismo ya sea de derecha o de izquierda sobrevive porque no hemos alcanzado la educación que premie la disidencia individual sobre la unanimidad colectiva. Que recompense el mérito en lugar del compadrazgo. Que nutra nuestra capacidad de luchar contra lo peor para que venga lo mejor. Que construya ciudadanos autónomos, libres, de carne y hueso. Que institucionalice la desconfianza en los líderes y la vigilancia sobre ellos por diferentes medios.
Según un estudio reciente del encuestador Alejandro Moreno, 66 por ciento de los mexicanos piensa que “personas como yo no tenemos influencia sobre lo que el gobierno hace”. Si eso no cambia, México seguirá siendo un terreno fértil para quienes quieren mantener a sus habitantes en una permanente minoría de edad, ajenos a la política y residentes permanentes del lugar mental donde faltan la resolución y el valor para participar en el espacio público. Y seguirá siendo un país gobernado por proto-populistas y ciudadanos idiotizados que los celebran.